En esta nota propongo un ejercicio que puede sorprender a más de uno: aislar mentalmente las aguas subterráneas del resto de hidrosistemas con los que pudieran estar conectadas y examinar cómo se considera y gestiona este recurso. Quizás porque estas aguas sólo son visibles a través de dispositivos técnicos (pozos, esquemas, prensa, etc.) o naturales (humedales, manantiales, fuentes, etc.) y su volumen se conoce únicamente a través de estudios técnicos, no llegan a infundir los apegos que suscitan las aguas visibles de un río o de un humedal. Lo cierto es que las aguas subterráneas, a pesar de representar el 97% del agua dulce del planeta y alimentar a más de la mitad de la población y al 43% de la agricultura de regadío mundial siguen siendo las grandes olvidadas de la gestión del agua
Además, se suele dar la paradoja que, en regiones áridas y semiáridas donde parece que falta el agua, las aguas subterráneas suelen ser tan abundantes como lo son las superficiales en parajes más húmedos, pero al formar parte del subsuelo, la relación que las sociedades establecen con ellas es más compleja y poco conocida. A pesar de su volumen y de su papel fundamental en el desarrollo de muchas regiones agrícolas, su gestión está generalmente subordinada a otras consideraciones, no sólo en España sino en general en todo el arco mediterráneo[i]. Cabe preguntarse por las razones de este “olvido” y si precisamente este vacío no podría constituir una oportunidad para subsanarlo formalizando nuevos modelos de gestión más adaptados y específicos a las particularidades de este recurso.
En primer lugar, señalaremos que el hecho de gestionar y planificar las aguas subterráneas a partir modelos pensados para las aguas superficiales, que consideran la cuenca hidrográfica como la unidad de gestión universal, no facilita la visibilización de las aguas del subsuelo, provocando una sumisión de lo subterráneo a lo superficial. Aunque se haya mostrado la existencia de transferencias de agua subterránea entre cuencas hidrográficas distintas, lo cierto es que los límites naturales entre cuencas subterráneas y superficiales no suelen coincidir[ii]. A pesar de esta constatación, la gestión de las aguas subterráneas sigue aferrada a modelos que las consideran como una problemática particular, incluso marginal de la gestión de las aguas superficiales.
Se podría haber creído que la aplicación de la DMA (Directiva Marco del Agua, (2000/60/CE del Parlamento europeo y del Consejo del 23 octubre 2000) iba a suponer una nueva era para las aguas subterráneas al volverse por fin visibles para la gestión. Sin embargo, la declinación de esta directiva a nivel nacional ha mostrado que muy pocas cosas han cambiado desde la Edad Media, época en la que los ingenieros hidráulicos árabes ya las denominaban “las aguas ocultas”[iii].
[i] Kuper, M. y Molle, F. 2017. Durabilité de l’exploitation des eaux souterraines dans le pourtour méditerranéen. in Patrick Caron et. al, Des territoires vivants pour transformer le monde. Versailles, Ed. Quae, p. 49-53.
[ii] Vieillard-Coffre, S. 2001. Gestion de l’eau et bassin versant. De l’évidente simplicité d’un découpage naturel à sa complexe mise en pratique. Hérodote, 3 (102), p. 139-156.
[iii] El Faïz, M. 2005. Les maîtres de l’eau. Histoire de l’hydraulique arabe. Arles. Ed. Actes Sud. 363 p.
Incluso la noción de demarcación hidrográfica de la DMA está inspirada en las cuencas hidrográficas superficiales, lo que provoca una indeterminación en los deslindes y mantiene la imprecisión y las interpretaciones múltiples de este recurso invisible . Por ejemplo, en el artículo 3 de la DMA leemos “cuando las aguas subterráneas no correspondan completamente con una cuenca hidrográfica particular, se identificarán con la demarcación hidrográfica más cercana o con la más apropiada”.
Esta predilección por la gestión de las aguas superficiales sigue creando en torno a las subterráneas un halo de imprecisión, inconmensurabilidad e incertidumbre, alimentado a la vez el sentimiento entre usuarios y gestores que no hay consecuencias a corto plazo de las prácticas de explotación. Las acciones y decisiones que se tomen hoy pueden resultar también invisibles durante décadas a causa de la inercia y lentitud de los flujos subterráneos en comparación con los superficiales. Una combinación que no incita a buscar nuevas vías de gestión ya que no configurarán resultados políticos ni económicos a corto plazo.
Otra causa mencionada, que insiste en la invisibilidad de la gestión de las aguas subterráneas, son los juegos de poder corporativista. Desde hace bastante tiempo, los hidrólogos e ingenieros civiles ocupan un lugar destacado en la planificación y la gestión del agua, mientras que los hidrogeólogos siguen relegados a un papel técnico de modelizadores del funcionamiento del agua subterránea . Las reclamaciones de hidrogeólogos y su reivindicación de la noción de hidro-esquizofrenia podría interpretarse quizás como una manera de exigir su parte de poder en la gestión del agua.
En efecto, imaginar nuevas formas de gestión del agua subterránea podría ir contra los intereses creados en la persecución de una misión hidráulica disfrazada, esto es, el papel preeminente de las grandes obras hidráulicas , superficiales, por supuesto. Es sintomático por ejemplo ver cómo en otros países (citaremos entre otros India, Túnez, Marruecos, Argelia, Jordania, Egipto, Yemen ), a pesar de los signos de agotamiento de los acuíferos, las políticas públicas siguen fomentando un modelo de desarrollo agrícola basado en la productividad del agua subterránea con una visión de recurso infinito. Estas cosas no solo ocurren en España…
Conviene pues interrogarse sobre las causas políticas que hacen que las administraciones miren para otro lado en materia de aguas subterráneas. Pensar que el “olvido” de este recurso es debido a una “mala gestión” como sugieren algunos es quizás una forma errónea de plantear el problema.
La gestión no es mala, la gestión simplemente apoya la no-acción para enmascarar las intencionalidades políticas y técnicas, así como las rivalidades de poder entre administraciones locales y nacionales en materia de control territorial a través del agua. Tanto las comunidades técnicas y científicas del agua como las administraciones se han descargado de su responsabilidad gestora en beneficio de los propios usuarios que se han encontrado, a fin de cuentas, acusados de ejercer un uso individualista del agua.
Sin embargo, estos usuarios deberían ser considerados como la solución más que como el problema, en la medida en la que el control del agua subterránea, como casi cualquier otro recurso, suele ser más eficaz cuando las poblaciones locales juegan un papel en la producción de reglas, desde su concepción hasta su puesta en marcha . Las facilidades de uso que ofrecen las aguas subterráneas: su disponibilidad (se encuentran cerca de las zonas de demanda de agua incluso en periodos de sequía), su seguridad (menos contaminadas en general que las aguas superficiales sobre todo a nivel microbiológico) y su rentabilidad (se pueden explotar con pequeñas inversiones y sobre pequeñas superficies) les confieren la enorme posibilidad de una gestión comunal que pocas veces se ha explorado.
Aunque la declinación de la DMA en las políticas nacionales del agua exige la creación de nuevas estructuras participativas o comunidades de usuarios, éstas siguen basándose en agrupaciones forzadas en torno a masas de agua subterránea establecidas con criterios hidrogeológicos y políticos.
Estas segmentaciones acuíferas, bien adaptadas para analizar el espacio hidrogeográfico no permiten, sin embargo, pensar el espacio social de la gestión del agua al no tener la fuerza federativa que tendrían comunidades constituidas sobre la base de los vínculos, apegos y apropiaciones del agua por los usuarios (entendiendo por usuario toda persona implicada en el uso del agua subterránea, ya sea éste agrícola, doméstico, recreativo, ambiental, etc.). Como ya se sugiere para la gestión del agua superficial, delimitar territorios del agua o territorios hidrosociales puede resultar más indicado para dar sentido a proposiciones que elaboren escenarios de futuro deseables desde un ejercicio de prospectiva colectiva en forma por ejemplo de contratos de acuífero. El análisis sociopolítico, que mide la dimensión humana y la perspectiva del usuario de las aguas subterráneas, debería abrir, en principio, un estimulante campo de investigación. Sin embargo, el interés por las aguas subterráneas es todavía limitado en los estudios de Ciencias Sociales, en los que pocos investigadores lo han convertido en su tema principal de estudio , una tendencia sostenida y alimentada por las administraciones poco deseosas de apoyar este tipo de proyectos. Hacer poco (o no hacer nada) para mejorar las técnicas de gobernanza del agua subterránea abre un gran espacio a los discursos oficiales de sequía o de crisis del agua (superficial) y las sempiternas soluciones de obra hidráulica (también superficial). Impedir hacer (o fingir que se hace) la transferencia de la gestión del agua subterránea a las comunidades de usuarios permite no perder el control del agua como instrumento de poder territorial.Es evidente la necesidad de un cambio de paradigma en lo referente a la percepción y manejo del agua subterránea desde su uso hasta su administración y gobierno.
La adquisición de conocimientos en el campo de las aguas subterráneas sigue siendo asimétrica : mientras que se ha aprendido mucho sobre las propiedades físicas y químicas del agua subterránea y el comportamiento hidrogeológico de los diferentes tipos de acuíferos, se sabe muy poco o casi nada sobre las instituciones y las políticas que rigen su uso y sobre la relación que las sociedades mantienen con el recurso.
El hecho que se sepa más sobre los aspectos técnicos de las aguas subterráneas que sobre sus aspectos sociales y relacionales refleja un sesgo de pensamiento que presupone que el riego con agua subterránea tiene más que ver con la tecnología que con las personas. Esto pone en evidencia que los intereses de la gestión del agua subterránea no están en el agua propiamente dicha, sino en sus dimensiones económicas y políticas, en los equilibrios de poder y control territorial y en el mantenimiento de la paz social, articulando para ello un discurso reiterativo y resignado sobre la sobreexplotación de los acuíferos.
Pedro A. Gutierrez
Morito (Plegadis falcinellus).
Laguna de Navaseca 2021.
Ave migratoria que llega a Europa desde África para pasar las estaciones cálidas. En Daimiel se pueden ver ya durante todo el año, pues ha pasado de ser una especie muy rara a ser avistada con frecuencia. Esta querencia por los humedales de Daimiel y comarca viene dada por ser ecosistemas propicios para que se alimente, descanse y llegue a criar. Especie particularmente llamativa por la curvatura de su pico y por los tonos de color verde esmeralda que aparecen en su plumaje, avivados por los rayos del sol. Un disfrute para todo el que tiene ocasión de verlo.